Viloria de Rioja celebra sus fiestas mayores los días doce y trece de mayo. Entre la gente del pueblo lo conocemos como el Santo y el Santito respectivamente, en conmemoración del día que murió Santo Domingo de la Calzada, patrón e hijo natural de esta villa.
Hasta hace unos años, el día 11 de dicho mes, se recogían casa por casa los alimentos que todos los vecinos aportaban para hacer “el puchero” o “rancho” con caparrones, chorizo, panceta, patatas y verduras, etc. que cocinados por gente de la cofradía en una caldera de cobre, eran distribuidos a los vecinos de Viloria, vecinos de pueblos próximos y de forma especial a pobres y peregrinos que ese día estaban en el pueblo, el día 12 mayo después de la misa y la procesión. También se entregaba un vaso de vino a los mayores.
Documentos de 1932 nos recuerdan que ese año asistieron a la comida unas cuarenta y cinco personas, pobres de solemnidad, de Viloria y pueblos próximos, entre hombres, mujeres y niños, que recibieron el rancho, un trozo de pan y vino para los mayores. Hace muchos años, el vino era de las viñas de Villoria.- “Viloria de Rioja”.
El día 12 de mayo se celebra una misa solemne. Fuera de la iglesia, los danzadores acompañados de gaita y tambor escoltan hasta la puerta de la iglesia a cuantas personas van llegando. Una vez acabada la ceremonia, la imagen del Santo es sacada de la Iglesia y en el pórtico, frente a la casa donde nació, es saludado por los danzadores que le esperan con cariño, ofreciéndole “Las pasadillas” y “El Brindis”.
Cuando empieza a sonar la música, los cuerpos de los danzadores se tensan, su corazón palpita más rápido de lo habitual y un escalofrío recorre su cuerpo, la danza va a empezar.
Después del saludo comienza la procesión alrededor del pueblo, durante la misma, los danzadores, al ritmo que marca la música y precediendo a la Imagen del Santo, no dejarán de danzar hasta llegar otra vez a la iglesia.
Todos los hombres del pueblo y muchos que llegan de otros lugares, pugnan por llevar sobre sus hombros aunque sólo sea unos minutos dicha imagen, que aunque muy pesada por su hechura, se soporta con ilusión y cada año son más las mujeres que se atreven a llevarlo demostrando que el esfuerzo bien merece la pena.
Ajenos a este cambio de hombros, los danzadores, con sus zapatillas blancas cruzadas por lazos rojos, pantalón y camisa blancos, el mantón de Manila sobre los hombros y las castañuelas ceñidas en las manos, dirigidos por el “Cachiburrio” que marcha entre las dos filas, no sienten el cansancio, ni el correr del sudor por su cuerpo, esa música que todos conocen desde pequeños, los mueve, los anima y permite que soporten ese esfuerzo. Por eso los más jóvenes están deseando empezar a danzar y los mayores se niegan a dejar de hacerlo, así podemos ver danzar en el mismo grupo a menores de diez años junto a mayores de sesenta y cinco.
Los mayores, durante la procesión, van tarareando esa musiquilla que tan bien aprendida tienen y que tantos recuerdos les trae, sobre todo cuando ven danzar a sus hijos y a sus nietos ocupando el lugar que un día muy a su pesar tuvieron que dejar. Al finalizar la procesión y antes de poner al Santo en su altar, se le despide repitiendo “Las pasadillas” y “El Brindis”. Seguidamente y antes de pasar a la Iglesia se recitan los siguientes versos en honor al Santo, donde se recuerda su nacimiento, vida y milagros.
El segundo día, el Santito, también se celebra la misa y la procesión, pero en esta ocasión se da la vuelta por las eras “para que el Santo vea los campos y nos de buena cosecha”, esto implica que el recorrido es bastante más largo y los danzadores, que el primer día dieron la vuelta al pueblo sin descansar, igualmente lo aguantarán.